LEY NATURAL
Habla Benedicto XVI
La audacia intelectual que preside la
actuación de Benedicto XVI no se detiene, ha escrito el profesor Moro de la
Universidad de Navarra. En la audiencia concedida a la Comisión Teológica Internacional presentó un
desafío extraordinario, no sólo para la Iglesia, sino sobre todo para las modernas sociedades
democráticas y para la entera civilización occidental. Propuso a ese grupo de
teólogos e intelectuales destacados repensar “el gran patrimonio de la
sabiduría humana”. El objetivo consiste en conseguir ilustrar de manera argumentada y convincente
los fundamentos de
una ética racional válida para todos.
Por ética racional ha de entenderse una ética
verdadera, es decir una comprensión de la acción que muestre “la transparencia de la razón
humana”, capaz de ver la realidad de las cosas y del hombre y de
escuchar con atención la voz que nos dirige. Precisamente por ser racional,
no es de nadie en particular y puede iluminar y ser acogida por cualquiera.
Así una ética racional constituye el núcleo en el que pueden enraizarse
auténticos acuerdos intersubjetivos y erigirse sólidos proyectos sociales de
envergadura suficiente para incluir a la humanidad entera. Perdida, en cambio,
la evidencia originaria de la verdad sobre nuestra actuación, no se buscará ya
tanto el bien como el poder o el equilibrio de poderes. Pero el acuerdo que
satisface a los que mandan deja a la intemperie a la mayoría de los ciudadanos
y aniquila las comunidades en las que éstos podrían apoyarse.
Si buscamos y nos encontramos ante la verdad, que la razón
reconoce, advertiremos que ésta no impone ninguna exigencia extraña a
la razón misma ni a la persona. Si nos anima a actuar, simplemente subraya la
intrínseca necesidad que tenemos de obrar. Si muestra un camino como
erróneo, está indicando que va contra nosotros mismos, contra nuestro
crecimiento como personas, contra la plenitud que ansiamos. Y, merced a que
cada hombre puede usar su propia razón, la verdad puede iluminarnos a todos. Arraigada en
ella la palabra de cualquiera deja de ser un grito animal se convierte
en instrumento de diálogo, de una justicia posible y de paz entre los hombres. En la razón se descubre el
instrumento de lo común, del bien de todos y para todos.
Aquí está la propuesta del Papa: usar
la palabra para poner en evidencia la verdad, frente a todo discurso
ideológico, contra la propaganda o el abuso sistemático de los que poseen el
poder económico o mediático. Cualquiera de éstos puede conseguir un consenso
coyuntural, que deja fuera a los que se atreven a ir contracorriente, que no
tiene en cuenta las consecuencias reales de nuestras acciones y es incapaz de
suscitar una aprobación universal. Frente a ellos y contra los golpes que se
dirigen hacia el verdadero fundamento de la sociedad, provocando dramas humanos
de largo alcance, el Papa
propone que mostremos de manera intelectualmente convincente y testimoniemos
vitalmente la dignidad y la libertad de la propia razón humana. Y de
esta manera aseguremos de manera honesta una civilización entrañablemente humana,
con plena conciencia del valor innegable de la ley moral natural, y por eso
respetuosa con la dignidad de cada hombre, acogedora del progreso, e
integradora de las diferentes culturas y civilizaciones.
Reproducimos el núcleo del discurso del Santo Padre.
Ahora quiero hablar en particular sobre el tema de la ley moral natural.
Como probablemente es sabido, por invitación de la Congregación para la
doctrina de la fe, varios centros universitarios y asociaciones han celebrado o
están organizando simposios o jornadas de estudio para encontrar líneas y
convergencias útiles para profundizar de forma constructiva y eficaz en la
doctrina sobre la ley moral natural. Esta invitación ha encontrado hasta ahora
una acogida positiva y un gran eco. Por tanto, se espera con mucho interés la
contribución de la Comisión teológica internacional, orientada sobre todo a
justificar e ilustrar los fundamentos de una ética universal,
perteneciente al gran patrimonio de la sabiduría humana, que de algún modo
constituye una participación de la criatura racional en la ley eterna de Dios.
Así pues, no se trata de un tema de índole exclusiva o principalmente
“confesional”, aunque la doctrina sobre la ley moral natural esté iluminada y
se desarrolle en plenitud a la luz de la Revelación cristiana y de la
realización del hombre en el misterio de Cristo.
El Catecismo de la Iglesia católica resume
bien el contenido central de la doctrina sobre la ley natural, revelando
que indica “los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida
moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez
de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto igual a sí mismo.
Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se
llama natural
no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la
razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana” (n. 1955).
Con esta doctrina se logran dos objetivos esenciales: por una
parte, se comprende que el contenido ético de la fe cristiana no constituye una
imposición dictada a la conciencia del hombre desde el exterior, sino una norma que tiene su
fundamento en la misma naturaleza humana; por otra, partiendo de
la ley natural, que
puede ser descubierta por toda criatura racional, con ella se
pone la base para entablar el diálogo con todos los hombres de buena voluntad y,
más en general, con la sociedad civil y secular.
Precisamente a causa de la influencia de factores de orden cultural e
ideológico, la sociedad civil y secular se encuentra hoy en una situación de
incoherencia y confusión: se ha perdido la evidencia originaria de los fundamentos del ser humano
y de su obrar ético, y
la doctrina de la ley moral natural se enfrenta con otras concepciones que
constituyen su negación directa.
Todo esto tiene enormes y graves consecuencias en
el orden civil y social. En muchos pensadores parece
dominar hoy una concepción positivista del derecho. Según ellos, la humanidad,
o la sociedad, o de hecho la mayoría de los ciudadanos, se convierte en la
fuente última de la ley civil. El problema que se plantea no es,
por tanto, la búsqueda del bien, sino del poder, o más bien, del equilibrio de poderes.
En la raíz de esta tendencia se encuentra el relativismo ético, en el que algunos ven
incluso una de las condiciones principales de la democracia, porque el relativismo
garantizaría la tolerancia y el respeto recíproco de las personas. Pero,
si fuera así, la mayoría que existe en un momento determinado se convertiría en
la última fuente del derecho. La historia demuestra con gran claridad que las
mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no queda
garantizada por el consenso de un gran número de personas, sino sólo por la transparencia de la razón
humana a la Razón creadora y por la escucha común de esta Fuente de nuestra
racionalidad.
Cuando están en juego las exigencias fundamentales de la dignidad de la
persona humana, de su vida, de la institución familiar, de la equidad del
ordenamiento social, es decir, los derechos fundamentales del hombre, ninguna
ley hecha por los hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el
corazón del hombre, sin que la sociedad misma quede herida dramáticamente en lo
que constituye su fundamento irrenunciable. Así, la ley natural se
convierte en la verdadera garantía ofrecida a cada persona para vivir libre,
respetada en su dignidad y protegida de toda manipulación ideológica y de todo
arbitrio o abuso del más fuerte.
Nadie puede sustraerse a esta exigencia. Si, por un trágico
oscurecimiento de la conciencia colectiva, el escepticismo y el relativismo
ético llegaran a cancelar los principios fundamentales de la ley moral natural,
el mismo ordenamiento democrático quedaría radicalmente herido en sus
fundamentos. Contra este oscurecimiento, que es crisis de la civilización
humana, antes incluso que cristiana, es necesario movilizar la conciencia de
todos los hombres de buena voluntad, tanto laicos como pertenecientes a
religiones diferentes del cristianismo, para que juntos y de manera efectiva se
comprometan a crear, en la cultura y en la sociedad civil y política, las
condiciones necesarias para una plena conciencia del valor inalienable de la
ley moral natural. Del respeto de esta ley depende, de hecho, que las personas
y la sociedad avancen por el camino del auténtico progreso, en conformidad con
la recta razón, que es participación en la Razón eterna de Dios.
Juntamente con mi gratitud,
os expreso a todos mi aprecio por la entrega que os caracteriza y mi estima por
el trabajo que habéis desarrollado y que estáis desarrollando. Con mis mejores
deseos para vuestros compromisos futuros, os imparto con afecto mi bendición.
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